Hoy, voces del wall mapu, sus luchas y resistencias... (88.7 FM La Tribu)
El Abya Yala, nuestro continente,se ha vuelto coto de caza de las transnacionales de la muerte. En todos los territorios la guerra contra los pueblos, y la guerra contra las mujeres, se está desarrollando entre ruidos no de tambores sino de medios de comunicación que se encargan de generar miedo, de crear al enemigo interno, de criminalizar a las víctimas si pretenden defenderse.
Los ruidos buscan generar distancias entre unas víctimas y otras, romper solidaridades e identificaciones, distraer a quienes todavía no fueron tocados más que de manera colateral por las balas. Los y las pobres, están siendo bombardeados por las políticas efeemei, bancomundialistas, geveintes. Los pueblos originarios son blanco de las patrullas militares y policiales, por los sicarios, a las órdenes todos del gran capital.
La vida, la simple vida, el deseo de vivir, es una amenaza para el patriarcado, para el capitalismo, para el colonialismo. Y castigan el deseo de manera brutal.
La barbarie recorre el continente bajo el nombre de civilización. Los dioses de la guerra celebran el triunfo electoral de sus representantes, y la imposición de liderazgos a través de mucho dinero, fraudes, y chantajes a la voluntad popular.
Pero el deseo de vivir, y de elegir de qué modo hacerlo, sigue latente y se organiza de los modos más extraños. En el norte de nuestro continente, desde sus profundas y rebeldes Honduras, nos sorprende una caravana de miles de migrantes marchando hacia las puertas del monstruo mayor. Quemando kilómetros, los y las nadies caminan gritando que no queda lugar posible de existencia en sus territorios de origen. Y en el sur del mundo, en nuestra Patagonia, los y las nadies se plantan en los territorios porque ellos son, precisamente, la gente de la tierra, son los y las mapuche, y gritan que si no es ahí no será en ningún lugar.
Las guerreras, los guerreros, hacen su siembra de amor y de identidad. Cuidan la tierra, los ríos, los centros ceremoniales, la espiritualidad rebelde. Las y los mapuche riegan la memoria con sus gestos dignos. Desafían al poder cuando los llevan engrillados a juicios en los que no existe la justicia.
La vida, la simple vida, el deseo de vivir, tiene una épica dolorosa en este siglo 21. Pero se está escribiendo historia con la rabia, con la manera de no rendirse. Esta hora de los pueblos requiere que se gatille el arma clave de la victoria: la solidaridad de pueblo a pueblo. Cuando nos declaran la guerra, no vale esconderse en un rincón en el que creemos que nos salvaremos solas. Porque no es posible. Porque no es real. El individualismo, nos vuelve arma contra el pueblo, nos deja sin rostro, nos transforma en ellos. Los dioses transnacionales de la muerte exigen más y más sacrificios para llenar sus bolsas de superganancias. Las mineras, las petroleras, las forestales, vienen por todo.
El Abya Yala, nuestro continente,se ha vuelto coto de caza de las transnacionales de la muerte. En todos los territorios la guerra contra los pueblos, y la guerra contra las mujeres, se está desarrollando entre ruidos no de tambores sino de medios de comunicación que se encargan de generar miedo, de crear al enemigo interno, de criminalizar a las víctimas si pretenden defenderse.
Los ruidos buscan generar distancias entre unas víctimas y otras, romper solidaridades e identificaciones, distraer a quienes todavía no fueron tocados más que de manera colateral por las balas. Los y las pobres, están siendo bombardeados por las políticas efeemei, bancomundialistas, geveintes. Los pueblos originarios son blanco de las patrullas militares y policiales, por los sicarios, a las órdenes todos del gran capital.
La vida, la simple vida, el deseo de vivir, es una amenaza para el patriarcado, para el capitalismo, para el colonialismo. Y castigan el deseo de manera brutal.
La barbarie recorre el continente bajo el nombre de civilización. Los dioses de la guerra celebran el triunfo electoral de sus representantes, y la imposición de liderazgos a través de mucho dinero, fraudes, y chantajes a la voluntad popular.
Pero el deseo de vivir, y de elegir de qué modo hacerlo, sigue latente y se organiza de los modos más extraños. En el norte de nuestro continente, desde sus profundas y rebeldes Honduras, nos sorprende una caravana de miles de migrantes marchando hacia las puertas del monstruo mayor. Quemando kilómetros, los y las nadies caminan gritando que no queda lugar posible de existencia en sus territorios de origen. Y en el sur del mundo, en nuestra Patagonia, los y las nadies se plantan en los territorios porque ellos son, precisamente, la gente de la tierra, son los y las mapuche, y gritan que si no es ahí no será en ningún lugar.
Las guerreras, los guerreros, hacen su siembra de amor y de identidad. Cuidan la tierra, los ríos, los centros ceremoniales, la espiritualidad rebelde. Las y los mapuche riegan la memoria con sus gestos dignos. Desafían al poder cuando los llevan engrillados a juicios en los que no existe la justicia.
La vida, la simple vida, el deseo de vivir, tiene una épica dolorosa en este siglo 21. Pero se está escribiendo historia con la rabia, con la manera de no rendirse. Esta hora de los pueblos requiere que se gatille el arma clave de la victoria: la solidaridad de pueblo a pueblo. Cuando nos declaran la guerra, no vale esconderse en un rincón en el que creemos que nos salvaremos solas. Porque no es posible. Porque no es real. El individualismo, nos vuelve arma contra el pueblo, nos deja sin rostro, nos transforma en ellos. Los dioses transnacionales de la muerte exigen más y más sacrificios para llenar sus bolsas de superganancias. Las mineras, las petroleras, las forestales, vienen por todo.
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